[Ilustración x Max Amici]

 

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1. El gran teólogo del Siglo XX, Hans Urs von Balthasar escribe en sus ensayos teológicos que “María es aquella subjetividad capaz de corresponder plenamente, en su manera femenina y receptiva, a la subjetividad masculina de Cristo, por la gracia de Cristo y por el cubrimiento del Espíritu divino. La iglesia que nace de Cristo encuentra en María su centro personal y la realización plena de su idea eclesial […] La fe de María, como seno fecundo de la Palabra, es privilegiada en dos dimensiones: en cuanto a su origen, es fe por «concepción inmaculada»; en cuanto a su meta, es fe que debe dar como fruto no sólo el cuerpo de Cristo sino a Él mismo como Cabeza […] María no ha sufrido ningún proceso de purificación. En María, pues, la Iglesia no sólo es infalible desde el punto de vista ministerial-sacerdotal […], sino que es personalmente inmaculada, hallándose siempre más allá de la tensión entre realidad e ideal”. El corazón que late de la Iglesia que se levanta, late en María, quien lleva al Hijo, quien escucha la Palabra, la medita y en quien habita la tensión entre realidad e ideal. María genera a Dios, a Su Hijo: sólo una encarnadura misteriosa podrá cargar con los misterios. 

2. La figura de María da en donación la inmaculada concepción a la institución que alberga la kénosis de su humildad: la encarnadura de Cristo. Pero como el propio Cacciari escribe cerrando su obra magna, “el Logos no se hace simplemente carne a sí mismo, y esta mujer trasciende por otro lado el emblema del alma que, grávida al instante de Dios, Lo genera. En ambos casos la encarnación del Logos desencarna a María”. Es su desgarradura, su pasión. María se vacía de ella y dona su vaciamiento al mundo de los sufrientes, donde solamente un mesías nacido de la humildad de la donación puede encontrar su reinado. 

3. La imagen primordial de María, como explica Cacciari es “aquella-que-genera”; más aún: “la mujer que ha generado al Hijo, y sin embargo es también aquella que lo ha esperado, que lo genera sin conocerlo, que lo busca sin encontrarlo, que lo encuentra y lo pierde, que lo llora y vuelve a encontrarlo o espera volver a encontrarlo. Es la mujer cuyo vientre humilis tiene lugar el primer acto de la kénosis del Señor, y es la mujer que es signo de la plenitud de los tiempos, ya que es ahora que el Señor ha enviado a su propio hijo plenitudo temporis”. María es la plenitud de los tiempos, la tensión entre lo que era, Miriam, y lo que será, María. La madre del Hijo, la madre de los tiempos. La humildad de la pérdida.

4. María en su vientre sabe de lo in-sensible, la kénosis, el vaciamiento de la propia voluntad para recibir la voluntad de Dios. No sólo Jesús se vacía a sí mismo sino que María lo hace con anterioridad para dar lugar al Hijo de Dios.

5. Como nos dice Urs von Balthasar: “…kénosis significa el acto libre de un ser preexistente de despojarse de su forma divina y de aceptar la forma de siervo”.  Pero la kénosis tiene lugar, ante todo, dentro del vientre de María, ese es el lugar de Dios, allí encarna. En este gesto, la madre cuida y da testimonio.

6. Uno de los grandes tesoros que nos presenta Cacciari en su libro es la cuestión del “pensar”, el “comprender” y el “meditar”, desde lo humano y desde la imagen misma. Porque en la iconografía de María es la imagen la que piensa, desde la imagen se construye el saber. En ese sentido, entender para el filósofo italiano es meditar una escucha. ¿Cómo? Con el alma, con el cuerpo, con la mente y con el corazón. Así lo hace María al meditar las palabras del ángel, así lo hace durante la encarnadura, o des-encarnadura, la kénosis que habita en su vientre, así lo hacemos nosotros al enfrentar un problema.

7. Entender es penetrar en el problema, y para hacerlo hay que entrar en el problema, “volviéndose parte de ese. Recogerlo en nosotros significa recogernos en eso. Lo comprendemos en la medida en que somos comprendidos”.

8. De esta manera Cacciari pareciera invertir el concepto de meditación muchas veces tan baqueteado por el mundo posmoderno. Sin embargo, meditar no debe alejarnos del problema sino “es nuestra misma meditación la que no consigue expresar otra cosa que su desenvolvimiento, su articulación, su vida”.

9. Meditar es también conservar y custodiar dentro de uno mismo una “verdad”. Custodiar, conservar, saber: pero ese saber no significa un adueñarse de esa verdad, sino que saber custodiar es saber que “no ejerce ningún poder sobre lo que custodia”.

10. Uno, solamente, es “ontológicamente humilde” con la verdad que se sabe. Por ello, escribe Cacciari, “entender significa com-partir la vida de lo que se quiere conocer”.

11. Y este conocimiento se da en penumbras, entre sombras, es por allí por donde avanza el pensamiento. En la posibilidad siempre latente de perderse entre las sombras y de iluminar lentamente para seguir el camino, sin rumbo, del pensar. “Sólo per umbras, por imágenes que no son más que sombras de aquella naturaleza que ama ocultarse dentro de sí, podemos proseguir en camino en el lenguaje”.

12. Escribe Cacciari: “Las cosas están cada una en la sombra de la otra, se dan sombra recíprocamente con su mismo existir”. Más aún digamos: la relación de uno con el otro, del yo y el tú, deberían ahora pensarse desde el juego de las sombras, como exterioridad de penumbras desde la que construimos nuestra propia idea de uno mismo.

13. Si hay un elemento que distingue las nociones mesiánicas en el judaísmo de la figura de Jesús-Mesías es su encarnadura. El mesías que el judaísmo reconocerá viene de la casa de David, es nacido como humano y lleva consigo la misión de consagrar el espacio divino con el tiempo histórico en lo que llamamos el tiempo mesiánico. Para que Jesús, en cambio, fuese el mesías debía ser ante todo humano pero anunciado y procreado desde lo más allá de lo humano, concebido desde la Palabra.

Un mesías humano y divino sólo puede nacer de vientre humano pero desde una concepción divina, la que lleva María en su vientre, la anunciada, misteriosa, la que proviene de la Palabra para hacerse Verbo. 

14. Jesús es el símbolo de esa tensión, la humana y la divina; el símbolo, como bien explica magistralmente Cacciari, es una tensión que acerca, los vuelve inseparables y los mantiene unidos. Sino sería tan sólo una ruptura. El símbolo significa una tensión vinculante.

15. Hacia finales de su ensayo, se abre lo que esconde el tesoro de Cacciari, cuando escribe: “Así piensa esta imagen”. Para luego analizar una icónica imagen de la crucifixión de Cristo. Sin embargo, quedémonos aquí con ese “así piensa” de la imagen que tanto nos recuerda a las palabras de John Berger sobre el dibujo y el lenguaje, desarrolladas en su bello libro Sobre el dibujo.

16. Escribe Berger: “…el dibujo fue una manera de dirigirse a lo ausente, de hacer que apareciera lo ausente. Tal como se entiende (o se malentiende) hoy, el acto de dibujar nos retrae al Renacimiento. Sin embargo, tal y como yo lo entiendo, es mucho más antiguo, de hecho mucho más antiguo que cualquier lenguaje escrito […] Tengo el presentimiento que el dibujo es una actividad manual cuyo objetivo es abolir el principio de la Desaparición. O, para decirlo con otras palabras, transformar las apariciones y desapariciones en un juego más serio que la vida”.

17. El propio Cacciari completa este diálogo fantasmal con Berger al escribir que “…las fuentes de una obra literaria no son solamente literarias si condensan y organizan dentro de sí una entera visión de mundo”.