[Ilustración x Juan Maffeo]

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1. Hay un lugar común conceptualmente horrísono que dice que el ser humano es el rey de la creación, que su inteligencia, su cultura, sus edificios, bla. Está tan internalizado que cualquier cuestionamiento o perspectiva se puede comprender en abstracto, pero no se termina de incorporar verdaderamente. Somos lo único que vale la pena en el planeta.

Y estamos equivocados.

Las bacterias son muchísimas más en número, los hongos solos son más de dos millones de especies, el resto de los animales son iguales a nosotros en casi todos los aspectos y las plantas pesan unas mil veces más que todos los animales sumados (ballenas y elefantes y Homos incluidos).

Las plantas. Un concepto para resumir todo un mundo en todos los tonos de verde que son muchísimos más que los blancos de los inuits (antes, esquimales). Con un grado de complejidad e inteligencia que aún todavía se busca terminar de entender.

Mirá, acá hay agua, podemos crecer. Mirá, la cosa viene complicada con el hidrógeno, quizá convenga postergar ese crecimiento. Se vienen los hongos, por qué mejor no emitimos una de estas moléculas que los alejan un poco.

El error posiblemente provenga de la tradición judeo-cristiana y halle una posta, un hito, en aquellos esquemas de la vida que fueron célebres durante la Edad Media. Que a su vez provenían de Aristóteles, el inventor del sentido común, que había dicho que las plantas eran menos que los animales porque no logran moverse y por eso están en el límite entre lo vivo y lo inerte; son poco más que piedras, decía el hombre de Estagira. Ese modo de razonar ha generado y justificado a su vez toda una manera de actuar en el mundo hasta hoy; los reyes realmente esclavizan y manipulan a sus súbditos en su beneficio; están ontológicamente arriba. Y las plantas, hasta la llegada del microscopio al menos, eran lo menos vivo entre lo vivo.

Mirá, están llegando unas abejas, larguemos ya las sustancias para terminar de atraerlas. La polinización es mi verdadera pasión.

Y como somos superiores, podemos hacer cualquier cosa con ellas. Como digitar la evolución para que sus productos sean más nutritivos o incluso más ornamentales (la selección artificial de Darwin). Pero, una vez aceptado esto, enseguida llega el segundo pensamiento: no es sólo que los seres humanos moldean a lo verde, sino que los productos de lo verde también lo hacen con las civilizaciones. Qué sería de Roma sin su pan (y su circo); de Asia sin su arroz; de América sin sus papas/patatas. Queda claro en las páginas de El origen de las especiasdonde el noruego Reinertsen Berg da cuenta de cómo una necesidad vegetal originó la mundialización, los viajes, las exploraciones, la antropología y la globalización y países dominados y dominantes. Oia, entonces se trata de una interacción, no del semidiós Homo sapiens haciendo de las suyas motu proprio. Por supuesto, Lucho. “Seis especies destacan como particularmente significativas en la historia mundial: jengibre, canela, cardamomo, nuez moscada, clavo de olor y pimienta. En sí mismas, no son particularmente espectaculares”, dice Reinertsen Berg: “El clavo de olor es un capullo que se recoge justo antes de florecer, la nuez moscada es un carozo, el jengibre son raíces, la pimienta son bayas, el cardamomo son semillas y la canela es una corteza”. Y sin embargo.

2. Mi infancia tuvo dos protagonistas: un duraznero que siempre se llenaba de bichos y del cual sacar un durazno era más difícil que comprarlo a la vuelta. El otro era una parra que daba uvas chinches; así se la llamaba porque el gusto era más bien agrio y apenas se podían comer. El duraznero estaba al lado de una modesta pileta; de material, sí, pero cuyas dimensiones eran como las de una pelopincho, que nos hacía felices. Bajo la parra y su sombra pasaron cosas: estuve a milímetros de quedar ciego culpa de un clavo mal colocado en un sillón descolorido y un balanceo errático (“papá, sangre”); allí mismo escuché Clics Modernos a los seis años por alguna causa misteriosa en una casa que prefería a Valeria Lynch y a Silvana Di Lorenzo antes que al rock. La razón fue, debió ser, el hit radial Estoy verde. Y entonces todo cobra sentido.

Mirá, vamos a tener que crecer un poco más porque si no, no nos llega la luz, estírate un poquito más, dale.

Verde como no maduro, verde clorofila, verde para seguir adelante, verde que te quiero verde, por supuesto, verde paz. Cosas verdes, Sancho (sí, ya sé).

Bueno, nos vamos preparando que en una hora sale el sol y hay que generar la clorofila que acá no hay delivery de comida. Además, hoy es un buen momento para empezar a germinar, vamos.

El influencer botánico italiano Stefano Mancuso dice entre otras cosas que si vinieran extraterrestres buscarían conectarse con las plantas y su inteligencia antes que con nosotros; y que se trata una inteligencia radical en varios sentidos y ninguno incluye la imagen y semejanza del cerebro humano: las plantas hacen todo lo que hacen, desde llamar a insectos para polinizar o para comerlos hasta engañar a las aves con camuflajes y demás trucos, sin un cerebro. No hay nadie al comando. Y sin embargo.

3. “Imaginate ser una planta: estás en un sitio casi inmóvil, el alimento tiene que venir hacia vos y debés elaborar estrategias para aprovechar el que haya. Incluso si estás en un sitio ideal, con nutrientes, luz y agua, y necesitás ir hacia tus compañeros para la reproducción, o atraer un polinizador. Es más, abandonás a la progenie cuando recién empieza a crecer. Las plantas tienen muchos desafíos y aun así existen desde hace más de mil millones de años”, resumió alguna vez Rocío Deanna, investigadora argentina de la Universidad de Colorado, en Boulder (Estados Unidos).

Mirá, me acaban de atacar y perdí una rama, atención las demás, cuidado con los predadores. 

4. Cuenta Efrén Giraldo en Un ensayo sobre la flora que existe en Colombia un retoño de uno de los árboles de Hiroshima que sobrevivieron al bombardeo atómico de las fuerzas norteamericanas, plantado en el campus de la universidad donde el propio Giraldo da clases de historia del arte. Es un alcanforero, especie cuyo tronco puede alcanzar los 25 metros de diámetro. La especie es originaria de Asia y puede, por lo visto, tanto vivir en América como sobrevivir a atentados con bombas nucleares. Los alcanforeros más viejos llegan a los mil años, lo que equivale a decir que hay ejemplares hoy vivos que ya tenían unos 400 años cuando Colón llegó a América, unos 700 años cuando Robespierre guillotinó a media Francia y unos 900 años cuando la Nasa plantó bandera en la Luna. Cuestión de temporalidades.

Bueno, esta planta de acá al lado es pariente nuestra, así que mejor no la atacamos, ¿de acuerdo?

Las plantas, las hierbas como medicina; las plantas como veneno, saludos a Catalina y a papá Lorenzo. Las plantas como iluminación, como acceso y portal a diversas realidades diversas. ¿Podría la clorofila no haber sido un pigmento verde a nuestros ojos? ¿De cuánto nos perdemos por la avaricia que destruye la biodiversidad y genera lo que se ha bautizado, en un hallazgo, como “desierto verde”?

En su utilitarismo a ultranza el mundo contemporáneo busca atajos para evitar los colapsos anunciados. Uno, irónicamente, se propone restaurar el misticismo perdido en algún vericueto racional, y que vuelva a creerse en la magia de la naturaleza, que se la divinice nuevamente, que se la respete como lo hacían otras civilizaciones hasta ayer nomás. Es difícil que semejante sarcasmo funcione, pero ¿queda alternativa? Porque las soluciones a las crisis ambientales aún no están maduras. Es decir, siguen verdes. No las dejan salir.

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